Esas dietas tan restrictivas no son recomendables pues prometen maravillas y lo que ocasionan es enfermar al organismo, enlentecer el metabolismo y al final el cuerpo reacciona aumentando de peso como respuesta a la agresión de la que fue objeto. Al reducir drásticamente la ingesta de calorías el cuerpo no tiene la suficiente energía para funcionar y se corre el riesgo de gastritis, se aumenta la ansiedad. Una vez termina la dieta el cuerpo almacenará en forma de grasa las calorías que consuma para enfrentarse a un nuevo período de escasez.
Es mejor hacer cambios en los hábitos de vida y que se mantengan en el tiempo. Aunque los resultados sean más lentos, van a perdurar y a mejorar el estado de salud en vez de ponerle en una situación de riesgo. El problema es que la solución es simple, pero al escucharla tantas veces y al no ofrecer resultados inmediatos no suena tan emocionante como una dieta mágica o unas pastillas milagrosas.
Evite las gaseosas, las comidas procesadas y rápidas. Prefiera los alimentos integrales y evite las harinas blancas, pan blanco, tortas, galletas, postres y dulces. No use azúcar para endulzar las bebidas, aumente el consumo de frutas y vegetales, prefiera los alimentos asados u horneados, evite los fritos y las salsas. Cuide el tamaño de las porciones, prefiriendo comer poco pero tan frecuente como cada 3 horas. Y aumente paulatinamente el ejercicio físico: es mejor caminar 20 minutos al menos 3 días a la semana, que fundirse el primer día trotando y luego no volver a hacerlo jamás.
Durante este proceso acompáñese por un nutricionista, de esta manera garantizará que logrará su objetivo sin hacer daño a su organismo.