La malaria, también conocida como paludismo, es una enfermedad febril aguda producida por un parásito del género Plasmodium, que se transmite a las personas por la picadura del mosquito Anopheles hembra infectado. Hay cuatro especies de parásitos causantes del paludismo en el ser humano: Plasmodium malariae, Plasmodium ovale, Plasmodium falciparum y Plasmodium vivax, estas dos últimas son las más peligrosas. La sintomatología clásica se caracteriza por los paroxismos palúdicos que son intervalos regulares de picos febriles, escalofríos, calor y sudoración profusa. El Plasmodium falciparum es el parásito causante del paludismo más prevalente en el continente africano. Es responsable de la mayoría de las muertes provocadas por el paludismo en todo el mundo. El Plasmodium vivax, es el parásito causante del paludismo dominante en la mayoría de los países fuera del África subsahariana. Las personas con mayor riesgo de contraer la enfermedad son: niños menores de 5 años, embarazadas y los viajeros no inmunes procedentes de las zonas libres de paludismo. Los individuos que residen en zonas endémicas desarrollan de forma natural y como consecuencia de las infecciones repetidas una inmunidad natural adquirida frente a la enfermedad. Al igual que existen múltiples anomalías genéticas (por ejemplo: rasgo drepanocítico, talasemia) que confieren cierto grado de protección. Es importante destacar que se trata de la enfermedad parasitaria más importante y se mantiene como uno de los principales problemas globales de salud pública, pues se ha estimado que hasta el 40% de la población mundial, muestra riesgo de sufrir malaria. Sin embargo, gracias al aumento de la medidas de control y prevención de paludismo, se ha reducido considerablemente la incidencia de la infección. El diagnóstico temprano y el tratamiento oportuno, atenúan la enfermedad, evitan la muerte y contribuyen a reducir la infección.