La infección por el virus del papiloma humano (VPH) es una infección común. Alrededor del mundo, millones de personas están infectadas y el resto de la población en general tiene un riesgo de contraer la infección superior al 50%. Este virus de ADN, pertenece a la familia Papilomaviridae. Existen varios géneros para esta familia, de los cuales sólo Alpha-papillomavirus, Beta-papillomavirus y Gamma-papillomavirus infectan humanos. Se han descrito más de 100 tipos de VPH, los cuales tienen tropismo por la piel, mucosa oral y/o del tracto ano-genital. Este virus posee genes, E6 y E7, que inhiben la proteína p53 y pRB, que actúan en el cuerpo como supresores tumorales, controlando el crecimiento de las células. Usualmente, el resultado de la infección es la formación de un crecimiento benigno, verruga, o papiloma, ubicado en cualquier lugar del cuerpo. Sin embargo, algunos serotipos de alto riesgo (16,18, 30, 31, 33, 35, 45, 51 y 52) guardan gran relación con procesos neoplásicos, como el cáncer de cuello uterino o de pene. El VPH es altamente infeccioso, con un periodo de incubación de 2 a 3 meses; se transmite esencialmente por contacto sexual vaginal o anal con compañeros con infección clínica o subclinica, además verticalmente de la madre al feto. Con respecto al ciclo de vida, una vez en contacto con el VPH, este penetra a los epitelios a través de micro-heridas y abrasiones, entrando y replicándose en el núcleo de las células basales, posteriormente, esas células infectadas migran a estratos superficiales, expresando en el estrato corneo, todos los genes del virus y tomando un aspecto característico, en forma de “coilocitos”. Por lo general, las infecciones por VPH suelen desaparecer sin ninguna intervención, unos meses después de haberse contraído, un 70% en el transcurso del primer año y un 90% en los 2 primeros años. Un pequeño porcentaje (20%) de las infecciones provocadas por determinados tipos de VPH puede persistir y convertirse en cáncer. Las manifestaciones clínicas son verrugas o condilomas, que varian de forma, tamaño y localización dependiendo del serotipo adquirido. El médico al observar las lesiones, puede hacer un diagnóstico presuntivo y se indica biopsia en casos de paciente inmunocomprometidos, diagnóstico incierto, crecimiento repentino de la lesión o lesiones, y lesiones pigmentadas, induradas, ulceradas o sangrantes. En el caso del cuello uterino, la citología y el examen colposcópico tienen gran sensibilidad para detectar la patología, apoyándose en diferentes técnicas de detección del ADN del virus para lograr un diagnóstico certero. En algunos casos no se amerita tratamiento, en caso de ser necesario, existen múltiples opciones, desde tratamientos locales con fármacos hasta escisión quirúrgica o con láser. En vista de que el cáncer de cuello uterino es una causa importante de mortalidad femenina, se recomienda la realización de la citología anual para detectar la presencia de este virus, así como en mujeres que no han iniciado su vida sexual, la aplicación de diversas vacunas, que protegen tanto para cáncer de cuello uterino como para verrugas en la piel. En el caso de las mujeres embarazadas, es común que afloren estas lesiones en el área genital, es importante que mantengan control con su ginecólogo y que se planee una cesárea electiva, puesto que el feto al entrar en contacto con estas lesiones, puede adquirirla y desarrollar una enfermedad grave, la papilomatosis respiratoria, que se trata de verrugas o condilomas dentro de las vías respiratorias.